domingo, 31 de julio de 2011

Caminos de luz de Andrea Peláez



Si la ciudad enerva y prolifera la diversidad en sus personajes, sus objetos, sus imágenes, sus prácticas, la imaginación del artista la expande enriqueciéndola en cada mirada y gesto creativo, porque, como lo señala Gaston Bachelard, “se demuestra tener imaginación al afinar a partir de la sensación, al desbloquear la tosquedad sensible (colores o perfumes) para loar sus matices, sus fragancias. Se busca lo otro en el seno de lo mismo”. La fotógrafa Andrea Peláez toma como objeto la ciudad de México y en medio de la saturación encubridora de las rutinas que propicia la experiencia de una gran ciudad descubre caminos de luz, no sólo para buscar lo otro en lo mismo, sino lo singular en lo masivo y el detalle –que obliga a detenerse- en la velocidad.

La fotografía busca eternizar lo efímero, robarle el instante a lo perecedero y lo hace en el caudal más grande-diverso-homogéneo que hoy puede hallarse: la vida cotidiana en una macrópolis. Es una operación de la vida frente a la muerte: la inexorable muerte de la imagen en el devenir sin retorno que significa el vivir, el transcurrir. Las imágenes de esta exposición contradicen a Heráclito: hoy podemos volver a bañarnos en cada remanso de este río-mar urbano que Andrea Peláez rescata y perenniza en cada fotografía. El milagro se produce porque también quienes no sintieron las caricias de estas experiencias en su piel, pueden disfrutarla hoy recomponiendo con sus propias vidas, las vidas que estas imágenes tejen de nuestra ciudad.

Pero la profundidad de estas fotografías no se agota en la experiencia virtual de revivir las subjetividades individuales; en ellas se muestra una ciudad cuya infinitud está precisamente en lo micro, en sus detalles, en la inmensidad de sus pequeñas luces y sombras: son hebras que nos permiten tejer las muchas ciudades que nos habitan, son hitos en los que, cual Aleph, podemos depositar los múltiples sentidos que atraviesan raudos nuestros imaginarios urbanos y los detienen a perpetuidad en nuestro ser-urbícola como una marca sólida que, ahora sí, no se borrará más. La fotografía es un triunfo sobre el tiempo y sobre una de sus formas de manifestarse: la muerte. La fotografía, como el símbolo, hace presente lo ausente, lo revitaliza en nuestros relatos, nos hace compañía relativizando pasado-presente-futuro, pues la memoria de unos puede ser el proyecto de otros. Como el cuento, para Julio Cortazar, la fotografía es una semilla donde habita un gran árbol. Los ojos de Andrea fueron nuestros cuando captó el devenir de la vida, nos buscaba ya en cada encuadre y enfoque, sin saberlo aún, y hoy nos encontramos con los de ella en esta exposición, haciéndonos comunidad. Las sensaciones y proyecciones imaginales quizá no sean las mismas, pero lo que si es cierto es que, por estas imágenes, hay una ciudad que cada uno de nosotros compartimos con ella y ella está en la nueva ciudad que cada uno se impregna con cada toma-y-mirada.

Así, el tiempo también siendo un río, al mismo momento deja de serlo, puesto que el aquí-y-ahora de la toma fotográfica retoma su cause en cada uno de nosotros, en nuestros remansos, aceleres y vértigos La fotografía también recompone el espacio, al traerlo para nosotros, lo llena de otras espacialidades, los hilos de nuestras lecturas lo re-emplazan y en ese proceso nos modifican.

Los temas que Andrea abarca son el retrato, el desnudo, las calles y edificios, los rincones y los hitos urbanos, vistas panorámicas y detalles, osificaciones del tiempo y figuras abstractas, siendo el eje principal la figura humana. Así compone un engranaje complejo y diverso, poesía visual, que registra y pone en escena la resistencia que ayuda a impedir la destrucción de esa diversidad proliferante que es la naturaleza de lo urbano. Andrea Peláez explora también las búsquedas de los otros, como aquellos que ven su identidad como construcción proyectiva que es posibilitada por el ambiente urbano, pero también los pliegues de la tradición y del tiempo hecho historia, objeto o paisaje.

Hacer emerger lo subcutáneo urbano mediante el encuadre que hoy, en la visión del público de esta exposición se desborda: lo invisible –sinónimo de lo ignorado- se asoma y cobra realidad como cronotopos lúdicos y significativos recargados de emociones y sentimientos. Proyectiva y enlazada, explora a quienes irrumpen cuestionando certezas, a quienes no se quedan en el descontento, a quienes la memoria no les impide soñar...

Enhebrar los hilos y nudos de los múltiples fragmentos, reconstruir micro historias y micro territorios, desplegar las sombras y reflejos para des-cubrir las formas de habitar-imaginar la ciudad nuestra-ajena: la fotografía nos entrega la extrañeza-familiar, el encuadre-interpelador para hacer emerger la enorme significación de las “insignificancias”, compone el placer y el dolor, la indignación y el deleite. Un ejemplo: en la fotografía de los pies de la niña con la sandalia anudada por la mariposa, las grietas de la memoria son la tierra-piel, la mariposa detalla el sueño y lo aéreo, la lente de la fotógrafa detiene el movimiento para que los pies tomen vuelo y enraícen.

El cuerpo aparece como el soporte significante predilecto que se sublima; la experiencia urbana se inscribe en él como emosignificaciones que el enfoque resalta sin por ello perder el humor y el ludismo que da vida.


(Abilio Vergara Figueroa)


Antropología y Estudios de la Ciudad.

Vol, 2 año 3-4, enero- diciembre 2007

ENAH,

INAH.

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